Aunque el Ministerio de Cultura acaba de reconocerle con el Premio Nacional de Diseño por abrir el camino a generaciones de diseñadores “al abordar temáticas sociales que han cobrado una nueva dimensión en la actualidad, tales como la identidad o la sostenibilidad”, Antonio Alvarado (Pinoso, Alicante, 67 años) no se considera un abanderado de nada: “He hecho siempre lo que he querido, de una forma absolutamente natural”. Desde que creó la inconfundible estética de los primeros Mecano, a principios de los ochenta, hasta la actualidad, cuando por fin ha recibido reconocimiento oficial, la vida de Alvarado ha estado indisolublemente unida a la moda, una pasión que descubrió de la forma más inesperada.
Pregunta. ¿Cómo se mete un niño de Alicante de una familia de clase media en la moda en los años setenta?
Respuesta. La cosa es que yo no entré a la moda: la moda vino a mí. Desde que era muy, muy niño iba a ver a la gente que cogía el único barco que había en España que iba a Ibiza. Ellas tan divinas, ellos tan estrafalarios… mi mayor distracción era ir a los parques que había cerca del puerto para ver cómo iban vestidos. Un tío mío tenía además varias discotecas en la ciudad; él compraba una revista francesa que se llama Salut Les Copains y yo me dedicaba a imitar a los cantantes: mi madre me hacía tal suéter o el sastre de mi padre me hacía tal pantalón. Claro, así la primera vez que fui a Madrid me miraba todo el mundo porque iba vestido como un papagayo...
P. ¿Y cómo iba vestido?
R. Pues imagínate cómo sería que me vine con el padre del también diseñador Juan Vidal, que fue el primero que me contrató para que le asesorara en la compra de colecciones y ciertas marcas para una tienda que él quería montar, y como era un señor respetable me compró un [abrigo] Loden para taparme las pintas.
P. Pero el carisma no se puede tapar…
R. Es una de cosa de familia. Mi madre hasta los 97 años fue una fan incondicional de la ropa. Era divina, siempre quería que fueras pulcro, ¿eh? Cuando mi hijo Iván se hizo fan de Nirvana y todo el rollo grunge, que aparecía con la ropa rota, eso la ponía mala… [risas]
P. O sea que ella no le dijo que no se dedicara a la moda ni puso pegas a su vida personal.
R. Nadie me puso pegas en ningún momento, ni morales ni de ningún tipo. Cuando he pasado de novia a novio, cuando he tenido un hijo, cuando me empeñé en casarme… He hecho lo que me ha dado la gana. Mi madre lo único que me decía era: “¡Ay, hijo, con las buenas manos que tienes, podrías dedicarte a cosas que dieran más dinero!”. Me hablaba siempre de una amiga que trabajaba en una caja de ahorros y que me podía enchufar. Eso es lo que le hubiese gustado a ella.
P. ¿Recuerda por qué se vino a Madrid?
R. La primerísima vez fue con 16 años. Conocí a una pareja de chicos que trabajaba en unas minas de sal de Alicante que me vieron dibujar, porque yo dibujaba mucho, y hubo un enamoramiento total. Se quedaron prendados de mi trabajo y me ofrecieron ir a vivir con ellos a Embajadores. Me fui allí unos cuatro meses y empecé a dibujar Christmas para una fábrica que hacía también carteles del Partido Comunista que se vendían en el Rastro. En esa época participé en la primera manifestación que hubo contra la guerra de Vietnam en la Gran Vía y me detuvo la policía por cómo iba vestido. Iba con un chubasquero amarillo, amarillo, que parecía todo menos un guerrillero [risas].
P. ¿Y cuándo fue su gran desembarco?
R. Cuando presenté mis colecciones en la Feria de Valencia mi ropa empezó a tener muchísimo éxito en toda España y la dueña de una de las tiendas donde más vendía, que se llamaba Laurel y estaba en Marbella, me propuso abrir mi propia tienda en Madrid, en la calle Justiniano. Y así lo hice. Viví una temporada en la propia tienda, que era espectacular, con unos techos altísimos, columnas de mármol. La gente pensaba que era una galería de arte. Después, cuando ya había empezado a hacerle la ropa a Mecano, me fui con Fabio McNamara a la plaza de los Mostenses, a un edificio de oficinas que no tenía cocina. Recuerdo que Fabio se ponía a cocinar en el patio central gambas al ajillo y cosas así y los de las oficinas se quejaban, claro… [risas]
P. ¿Cómo gestionaba eso de tener tan buena relación con Fabio McNamara y a la vez ser el costurero oficial de Mecano, un grupo tan denostado por el underground?
R. Yo nunca he tenido problemas con eso, no tiene nada que ver. Dentro de mi taller he tenido horas a Marta Sánchez y en otro lado a Luz Casal, que son lo más opuesto, u Olvido [Gara, Alaska] y no ha pasado nada de nada.
P. Alguna vez ha dicho que la prensa española le ha tratado bien, pero que nunca le ha dado un premio.
R. Los premios es una historia… Yo no he recibido ninguno, pero quizá tiene que ver con mi personalidad y con que yo me he encerrado mucho en mi entorno. No soy muy adulador, mi amor.
P. ¿No le gusta el protagonismo?
R. Es que no hay que verme nada más que después de cada desfile… Me apasiona mi trabajo y de puertas para adentro lo doy todo. Pero en lo demás, me he tirado años con psicólogos y psiquiatras. Es que al final, aunque no lo parezca, yo soy una persona muy tímida.
P. Sin embargo, para relacionarse con estrellas y vestirlas hay que ser un poco zalamero…
R. Se nota que no has estado nunca en la piel de un diseñador [risas]. La relación con una clienta es muy íntima, te lo cuentan todo, si han engordado, si no, sus inseguridades, sus cosas. Y tú tienes que ser sincero, no zalamero.
P. ¿Era difícil vestir a Ana Torroja?
R. Ana es una maravilla de mujer, una auténtica maravilla de mujer. Porque Nacho es llevadero, bastante llevadero, José María es rarillo, pero... ¡Ole las narices de Ana!, ¿eh? Era el mástil de ese barco.
P. ¿Y Tino Casal? ¿Era atormentado?
R. Tino era divertido hasta decir basta. Era inconmensurable. Llegaba de una gira a las siete de la mañana y ya estaba a la hora de desayunar diciendo: “Venga, vamos, que he traído unas telas de Londres”. El tema es que yo creo que se confundió mucho a raíz del accidente que tuvo; para no tener que soportar lo que tarde o temprano le iba a venir encima, que era ir en silla de ruedas, hizo muchos excesos. No hacía caso a los médicos y entró en una espiral de autodestrucción.
P. ¿Cree que en su generación ayudó a la creatividad haber experimentado con drogas?
R. Sin duda lo hizo. También te digo que yo estoy limpio desde hace un porrón de años y sigo siendo muy creativo.
P. ¿Qué pasó con el plan de reconversión que iba a reflotar el textil en España?
R. Pues que se abandonó a mitad de camino, porque como siempre este es un país de picaresca, de hacer leyes, pensar la trampa. Y así ocurrió. Aquel era un proyecto muy bien hecho, con una difusión y con una amplitud de miras a nivel internacional muy potente y que podría haber dado muy buenos resultados. Pero salieron los más chiquitines y se aprovecharon de empresas que llevan haciendo la misma ropa que se hacía en Grecia hace 2.000 años. Nosotros hemos tenido una industria textil que no la ha tenido ni Inglaterra, con una mano de obra espectacular: Valencia, Cataluña, Salamanca… y nunca la hemos puesto en valor. Tenemos algo tan cotidiano como esa señora que sabe hacer los flecos de los mantones de Manila, que no hay máquina que lo pueda hacer y no lo valoramos. Y sin embargo, hay una locura por las marcas extranjeras, que es con lo que la gente con dinero pero sin gusto quiere presentarte en sociedad. Pues quizá es preferible tener gusto, llevar cosas que se hacen en tu país y diferenciarte del resto.
P. ¿Cree que a estas alturas de su vida debería ser rico?
R. Teniendo en cuenta todo lo que he trabajado, debería tener más dinero, sin duda. Yo a mis alumnos siempre les he dicho que esta profesión es muy difícil y que sin dinero no se llega a ningún sitio.
P. ¿Se siente representado cuando escucha que le dan el premio por su compromiso con la sostenibilidad y con la identidad?
R. Creo que es el momento que corresponde políticamente de destacar eso. Yo no he reciclado jamás como manifiesto, es que no he entendido jamás lo de la ropa de usar y tirar: eso es para los clínex. Y con la identidad, lo mismo. He tenido una pareja durante 21 años, he ido a fábricas, a hoteles y nadie me ha preguntado si éramos novios o no, y si me han preguntado, he contestado con toda la tranquilidad del mundo. Yo siempre he pensado que la gente en la vida es mucho más tolerante de lo que parece. Lo que pasa es que a veces queremos meter un kilo entero en un bote de medio. La sociedad no está preparada para tanto a la vez, porque una cosa es aprobar leyes y otra es asimilarlas. Es solo una cuestión de tiempo.