Parece que es un don que tengo desde pequeño, porque mi madre me decía que andaba con las manos en el bolsillo cuando salía a pasear fuera de casa y andaba silbando”. Acaba de estrenar sus 80 años y, a pesar de estar delicado de salud, cuando comienza a rememorar todo este tiempo dedicado a la música, el cantautor Hugo Monzón empieza a rejuvenecer y a recordar que se ha dedicado a crear composiciones para cantarle a la vida, a su vida.
Cuequita para mi mama, cuequita del corazón
Que me ha brotado del alma con hojas de dulce canción.
Dónde estará esa viejita, aquella estrella de amor
Que alumbra por mi camino cuando la tarde se lleva el sol.
“Quién que sinfla, yoer que sinfla”. Al caminar cerca de su casa, con las manos en el bolsillo y alegre, silbaba y cantaba lo que tal vez fue su primera composición, aunque en realidad quería decir: “quién es el que silba, yo soy el que silba”.
Con el apoyo de la Secretaría de Turismo del Gobierno Autónomo Municipal de Tarija, el fotoperiodista Richard Arana —integrante de Fotógrafos Sin Fronteras— llega puntual a la vivienda de don Hugo Monzón Cardozo, quien nació el 1 de abril de 1941 en Quebrada Honda, provincia Avilés, del departamento de Tarija.
Un arroyo muy alegre
Entonaba una canción
Y una bella chapaquita
Lavaba ropa con gran tesón.
Su casa fue el germen que hizo surgir su cariño por la música, ya que su padre, José Manuel Monzón Flores, interpretaba la guitarra, el charango, la mandolina, el acordeón, la quena y otros instrumentos. No obstante, su progenitor se oponía a que Hugo hiciera lo mismo. “Mi papá no quería que tocara la guitarra. ‘No tienes que aprender esos instrumentos porque la gente que toca guitarra se dedica mucho a tomar, se vuelve borracha’”. Si bien no deseaba que lo hiciera, tampoco le prohibía, tomando en cuenta la cantidad de instrumentos que había en casa. “Cuando me veía tocar la guitarra, solo me escuchaba, pero no de buena voluntad”, rememora entre risas.
Vino solo cantando
Por las riberas del Guadalquivir
Perdiu en las tinieblas
Que ya anunciaban su pronto fin.
Para garantizar que siguiera estudiando, Hugo emigró de su querida Quebrada Honda, “un rinconcito en la frontera con Argentina”, para vivir en San Roque, uno de los primeros barrios de la ciudad de Tarija. Ahí, todas las tardes salía con sus amigos para tocar la guitarra sentados en la acera de alguna casa.
Dos rositas y un clavel
Tres florcitas del vivir
Cómo adornan mi vergel Cómo alegran mi existir
“Todas las composiciones que hago nacen de alguna cuestión de vida, de algo que me ha ocurrido. Yo las traduzco en música y letra, pese a que no sé leer ni escribir en pentagrama”, confiesa. Una de aquellas creaciones es La colegiala, en honor de una enamorada que tuvo en su adolescencia, con quien se veía antes de que ella ingresara al Liceo de Señoritas Campero, siempre estaba vestida con un guardapolvo blanco.
Una brisa muy juguetona ha envueltotu cuerpo al pasar
Y al mirar tu guardapolvo, me ha dicho que sos colegial
El sol que ya te miraba, de celos no quiso alumbrar
Él notó que yo te amaba, que nunca te voy a olvidar
Desde el barrio de San Roque, donde fundó con sus amigos el club Campero, maduró de a poco su pasión por la música. Como consecuencia de ello, en 1966 fundó el grupo Los Arrieros, y el 15 de abril de 1967, en el sesquicentenario de la Batalla de la Tablada, creó Los Montoneros de Méndez.
Linda sanroqueñita
De bellos ojos, bello perfil
Vení, bailemos la caña
Brincando alegres de aquí pa’llí
Hugo Monzón, Luis Aldana, Nilo Soruco, Ciscar Galo, Norma Gálvez y Vicente Mealla produjeron desde entonces 25 álbumes, que incluyeron presentaciones en casi todo el país, como también en el exterior. Cueca de Vargas, El arroyo enamorado, Mirando el Carnaval, Cuequita para mi mama y La colegiala son algunas de las canciones que Monzón dejó como muestra de su espíritu sensible.
“Muchísimas canciones me salieron y la mayoría con éxito, pero lo más grandioso fue Morir cantando, una cueca para la que me inspiré en la muerte de mi hermano mayor, en las palabras que dijo antes de morir”, explica el compositor.
Quiero morir cantando al amanecer
Ya mi copla se va acabando
Me voy muy lejos pa’ no volver
Tal vez la composición más escuchada de Monzón fue interpretada incluso por el cantante argentino Chaqueño Palavecino, quien le pidió que escribiera una segunda parte, que el músico hizo en 24 horas, siempre rememorando y rindiendo homenaje a su hermano.
Te pido no me olvides, amor, amor
Ya que en la sepultura
Reina el silencio y calma el dolor
Entonces, como si las remembranzas le devolvieran la energía que se llevaron los años, Hugo toma un violín para interpretar una de sus canciones preferidas. Luego toma la guitarra, la afina un poco, repasa las notas y comienza a interpretar, con la misma pasión de siempre, Quiero morir cantando.
Esas lágrimas de tus ojos
Esos mares de compasión
Ya no lloren mi despedida
Les pido a todo resignación
La enfermedad ha ocasionado que deje de crear canciones como antes. “Pareciera que después de haber abandonado a Los Montoneros de Méndez he entrado en depresión, estoy con tratamiento todo este tiempo. Todo eso ha mermado mi capacidad para escribir y hacer música, pero me encanta. Todos los días tengo que escuchar radio. Todavía agarro la guitarra, pero ya no me salen esas cosas de antes, porque todo tiene su tiempo, ¿no ve?”, reflexiona.
No obstante, Hugo Monzón, uno de los compositores más prolíficos de Bolivia, vuelve a tomar su guitarra para seguir cantándole a la vida, a su vida octogenaria.