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La arquitecta que sacudió el lujo en Grassy: "Los maridos no saben comprar joyas"

Patricia Reznak es una mujer con las ideas muy claras, pero duda, y mucho, cuando le preguntamos cómo se definiría a sí misma. "No sé qué decir", titubea, "los demás opinan que lo que más me define es el entusiasmo y la generosidad, y a mí me parece maravilloso que digan eso de mí, pero no es lo que yo pienso, es lo que dicen los demás", contesta tras unos minutos que se le hacen eternos.

Es la peor parte de la entrevista, le aseguro. Y parece que sí, porque el resto de la conversación fluye en una animada charla que refleja fielmente lo que ella es, "una persona muy activa y que tiene muchas cosas que aportar". Al final, sí sabe como definirse, aunque nunca se haya parado a pensarlo.

Arquitecta de formación -"y de profesión, la ejercí durante bastantes años", apunta- desde el año 2005 es la directora creativa de la marca y a día de hoy la joyera más sofisticada de la capital. Hablar con ella es una lección de joyería y de arte -"En el fondo, mi labor en Grassy es una especie de comisariado", asegura-. Y un placer, porque no se guarda nada. "Cuando me preguntan por qué dejé la arquitectura siempre digo que fue al revés, que la arquitectura me dejó a mí. Me quedé sin trabajo en 2005, cuando todavía faltaban tres años para la gran crisis. Y de la noche a la mañana se me ocurrió meterme en Grassy, el negocio de la familia. Cuando se lo dije a mi padre y a mi hermano no daban crédito, aunque se quedaron encantados, claro. Luego ya, por supuesto, hubo problemas y discusiones, porque entré en Grassy a saco desde el momento uno".

Diecisiete años y muchas discusiones después, -"Sobre todo con mi padre, pero como siempre las hemos tenido tampoco cambiaba mucho nuestra relación, aunque eran siempre muy constructivas, una forma de motivación. Yo tenía una idea completamente distinta a la suya de lo que es la exclusividad y el refinamiento, son visiones diferentes", dice- Patricia ha impuesto la suya, influenciada por la arquitectura, aunque sus joyas nunca han sido arquitectónicas. "Hay muchos arquitectos que diseñan joyas y son muy geométricas, pero las mías no, las mías son muy dispares, tanto en la inspiración como en la concepción, son cada una un poco de su padre y de su madre, muy distintas entre sí. Es algo que siempre me han dicho y alguna vez me han reprochado. Y yo siempre he contestado a eso que como estoy en mi casa, que es la verdad, hago lo que quiero, lo que me da la gana. Y si un día me pongo hacer sortijas en forma de turbante, qué es en lo que estoy ahora, o planteo una colaboración con un artista o lo que sea, pues todo fluye. Al final, todo sale", afirma.

Y fluye, y sale, porque en ese hacer de su capa un sayo Patricia sabe perfectamente dónde pisa. Cuando llegó a Grassy "el abono ya estaba echado", pero ella introdujo lo que realmente distingue a la firma de otras grandes joyerías, la relación con el arte. "Es lo que nos hace diferentes. Siempre tuve mucho contacto con artistas, porque siendo arquitecto hice bastantes montajes y algunos muy importantes. Por ejemplo, uno maravilloso: tuve la gran suerte de manejar 70 obras de Picasso en el Reina Sofía o las joyas del Hermitage en el Prado. Realmente he tocado lo más grande, y he aprendido muchísimo. Invitar a artistas a crear joyas para Grassy es muy interesante, porque también les das a ellos la oportunidad de expresarse con otro lenguaje".

Ahora mismo acaba de presentar una colección junto a Nuria Mora a la que ha estado totalmente entregada. "He pasado muchos días enteros en los talleres junto a ella, porque involucro a los artistas totalmente en el proceso y lo seguimos muy de cerca. Lo hemos hecho desde siempre, recorro Madrid entero controlando la salida de las joyas", confiesa. "Nuria me ha dicho que ha sido de las experiencias más enriquecedoras de su vida. Ella hace grandes esculturas y ha tenido que cambiar su lenguaje al mundo pequeño de la joyería, hablar de décimas de milímetro en vez de metros..., es muy bonito incentivarlos", reconoce.

La arquitecta que sacudió el lujo en Grassy:

Cuando no se encuentra inmersa en pleno proceso creativo, Patricia está cara al público, en su joyería de Gran Vía. Allí su presencia también es muy importante, "porque muchas de las personas que vienen quieren verme a mí", confiesa. "Voy a Ortega y Gasset muy a menudo, por supuesto, pero mi oficina está en Gran Vía, una de las calles que más me gustan del mundo. Tengo un despacho precioso y parece que estoy en Chicago, porque los edificios de Gran Vía se parecen mucho a los primeros rascacielos de esa ciudad. Miro desde mi balcón y estoy allí".

Por eso y porque hace una vida completamente urbana, Patricia está encantada de trabajar en pleno centro de Madrid. "Llego andando al trabajo todos los días. Vivo en la calle Santa Isabel y es un placer, me tomo un café por el camino y tengo como bar de cabecera 'La Primera', que está justo encima de la joyería. Es una zona muy estimulante, aunque se echa en falta un poquito de calidad. Primark puede convivir perfectamente con una tienda exclusiva, no pasa nada, en Nueva York es así, y en el mundo entero".

Joyas que dan poder

Y, como sus joyas, el público fiel a la firma también ha cambiado. Las piezas de Grassy se dirigen ahora a una mujer más joven -mención aparte merecen 'Las joyitas de Grassy', diseñadas por Carmen Mazarrasa- y más empoderada. Y eso a Patricia le encanta. "Cada vez tengo más clientas que vienen a comprarse joyas para ellas mismas, sin necesidad de que se las regalen. Les gustan, las quieren y se las compran. Y se sienten más importantes al hacerlo. Sobre todo hay joyas que usan todos los días, como la sortija cesta, que muchas no se quitan, forma parte de ellas mismas, y eso sí que es dirigirse a otro tipo de público", asegura.

Por eso, también, prefiere que sean las mujeres quienes compren sus propias joyas, "porque el marido no sabe, no tiene ni idea, siempre piensa que se va a equivocar, le falta confianza en sí mismo. Sin embargo una mujer, o un hombre que también los hay, que quiere comprarse una joya se la prueba, se mira en el espejo, lo piensa... es otra relación con el objeto y otro diálogo el que se establece".

Un diálogo que en su casa comenzó su abuelo, "robando" el saber hacer a los mejores artesanos porque, como él decía, su profesión no la enseñaba nadie. Y sigue siendo igual. "Llevamos trabajando 50 años con los mejores artesanos, y es verdad que es muy difícil que te liberen su secreto, es complicado aprender, como decía mi abuelo, en ese aspecto y en muchos otros, tienes que ir como un espía a ver qué pillas por aquí o por allí..."

Esa fue una de las enseñanzas de su abuelo; de su padre, otras muchas. "Ambos eran totalmente diferentes. Aunque a mi padre le encantaban las joyas y desarrolló mucho la joyería, era partidario de vender, y de vender siempre lo menos vendible; cuando le decías 'papá, he vendido esta joya que acabo de poner en el escaparate' te contestaba, 'pues mal, eso no tiene ningún mérito'. Él me enseñó a mirar las piedras, a utilizar la lupa, a colocar bien los codos... Mi abuelo me inculcó más el amor por las antigüedades, por los relojes, tenemos un museo increíble con relojes antiguos de su propia colección".

Discutiendo con los Yanes

Han pasado casi 20 años desde que alzara la voz por primera vez en Grassy, pero Patricia no ha dejado de discutir. Ahora lo hace con su hermano, también al frente del negocio, y con el hijo de este, su sobrino. Ambos se llaman Yann, la broma está servida: "Discutimos mucho y también solemos estar de acuerdo, las dos cosas. Cuando estoy reunida con ellos digo: 'Estoy con los Yanes', y nos hace mucha gracia".

Con el nombre de la competencia, pero la saga continúa. "En España las joyerías son familiares. Tener muchas generaciones detrás da estabilidad y sobre todo indica que el negocio se ha seguido con cariño y con muchísimo respeto, de forma totalmente entregada; no es lo mismo trabajar para tu propia empresa que para otra, no tiene color".

¿Los diamantes son los mejores amigos de una mujer?
No para mí. Los utilizo poquísimo, no son mis favoritos. Hay una tendencia en joyería que es utilizar piedras de colores e intercalar de vez en cuando unos diamantitos para subir el valor de la joya. Yo nunca lo hago porque me parece que compiten muchísimo. Prefiero algunas aguamarinas o las paraibas, que son un tipo de turmalina que está totalmente agotada. El diamante me parece muy bonito, muy clásico, pero no es lo que más me gusta.

Buscando un sustituto

Patricia, que se confiesa una gran practicante de yoga, "forma parte de mi día a día", y a quien le encanta caminar por la montaña, desvela que aún le quedan muchos sueños por cumplir. Entre los que se pueden contar, "tener una cabaña en una isla en Escocia", un lugar que conoce muchísimo y que le encanta". Mientras va llegando, asegura que aunque ha cumplido ya los 62 años no tiene ninguna gana de retirarse. "En 10 años me veo donde estoy ahora, pero mejor, porque habremos abierto más negocios, qué es uno de nuestros proyectos a corto plazo, y yo estaré buscando, o ya lo habré encontrado, un director creativo para que me sustituya al que estaré formando".

¿Y qué características debe tener esa persona que la sustituya?
Todavía no lo he pensado, pero creo que debería ser alguien que rompiese bastante con lo que he hecho yo. Cuando entra un nuevo director creativo en una marca está muy bien que lo sacuda todo, no conviene una continuidad absoluta, cada vez que ocurre algo nuevo tiene que haber una pequeña revolución.
¿Y hacia dónde debe ir esa revolución? ¿Por dónde camina el futuro de la joyería?
Por estar más vinculada a los tiempos que corren y preocuparse por la trazabilidad de los materiales que se utilizan, de que tanto el oro como las piedras tengan unos certificados que acrediten que han sido obtenidas de forma respetuosa con el medio ambiente y con las personas.
Las joyas están muy ligadas a la moda, ¿también hay piezas de fondo de armario?
Sí, siempre hay una joyería de fondo de armario, qué suele ser la que no lleva piedras, las pequeñas esclavas en oro, los aros y los anillos supersimples. Y también las cadenas con cierres que se pueden abrir donde puedes colgar más cosas.
¿Y cuál es esa joya infalible para una ocasión especial?
Eso es muy difícil porque depende mucho de las personas. Pasa igual que con la ropa. Hay joyas que no están hechas para ti, que no te van a quedar bien por bonitas que sean. Y yo se lo digo a mis clientas, creo que lo agradecen, igual que cuando vas a una tienda, te pruebas un pantalón que te queda apretado y le das las gracias a la dependienta si te dice que te lo quites porque pareces un salchichón... Depende muchísimo de la personalidad. Es tan diferente un pendiente que actúa sobre la cara de una sortija que habla solo cuando movemos las manos...
Y en su caso, ¿sin cuál no puede vivir?
Sin la sortija que llevo siempre, una que me regaló mi padre y que forma parte de la colección 60, que diseñamos cuando Grassy cumplió 60 años en la Gran Vía, en 2013. Es una sortija que parece romana, muy antigua de aspecto, preciosa.

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