La Policía comenzó por precisar que el cadáver encontrado en la Casa de Campo no correspondía a una prostituta. Y eso retrata, sobre todo, el propósito que el asesino quiso imprimir a su crimen cuando, ya de noche, el 19 de octubre de 2001, lanzó el cuerpo de su ex pareja, aún su empleada en una boutique de ropa de Cuatro Caminos, a una zanja en el Cerro de Garabitas.
La encontró un ciclista a la mañana siguiente. La joven conservaba las joyas, y el móvil en el bolso. No era un robo. Aunque descalza, sus calcetines rojos impolutos de barro, en días de lluvia y en una zona sin pavimentar, descartaban que fuese cualquiera de las mujeres que viven la intemperie. El asesino la había desprovisto de documentación, tras desfigurarla a golpes, no menos de seis, con una barra de hierro. Tuvo que darle nombre la familia, por una cicatriz en la espalda: Susana Valdivia Hernández, 27 años, natural de Móstoles, la mayor de dos hermanos, víctima de violencia de género 15 meses antes de que se iniciase el recuento oficial de esos casos. Nadie los llamaba así; los medios, éste mismo, también El País, también ABC, hablaron de "crimen pasional".
Nada es más importante que ella en esta historia, un intento de hacerle memoria 20 años después, aunque el periodismo impone que sólo se legitima la retrospectiva si se acompaña de novedad. Ahí va: el asesino, Julián García Bouix, 36 años entonces, nueve años mayor que su víctima, fue el primer cazado por el luminol, ese producto que hace aflorar los restos de sangre incluso en la superficie mejor limpiada. Una sustancia cuyos efectos son célebres gracias a la serie CSI. Pero cuando fue utilizada por primera vez en Madrid -tal vez un hito también en España, aunque no es posible afirmarlo- faltaba un año para que Telecinco estrenase el primer capítulo aquí.
En horas trágicas, García Bouix mantuvo su rutina con frialdad. El asesinato se produjo entre las 19.30 y las 20.00 horas del viernes, pero aguardó a que cayese la noche para cargar el cadáver, envuelto en un plástico, en su vehículo. Después de deshacerse de él, salió de copas con una amiga, su coartada. El sábado abrió la boutique Elite, pero tras ser identificada la mujer de la Casa de Campo como su ex pareja, fue detenido, el lunes. Aunque el Grupo de Homicidios lo tenía como principal y único sospechoso, negaba toda responsabilidad y en la primera inspección no se encontraron pruebas ni en la tienda que compartían ni en su vehículo. Eso sí, demasiado limpios.
"Había mentido a todos, también a mí", relata José Luis Soriano, su abogado. En su recuerdo, pasadas dos décadas, aflora nítida una escena: "La policía lo llevó a la parte de atrás del local. Estábamos allí y nos dijeron: 'Vamos a usar una sustancia que hace de fluorescente y vamos a bajar las luces'. Empezaron a fumigar y aparecieron manchas por todos lados. Los investigadores, enfatizando mucho, gritaban: 'Ya está'; 'lo tenemos'; 'aquí se ve la sangre'; 'ya no hay duda'... Y él se vino abajo. El luminol fue el detonante de que cantara. Este hombre había limpiado la tienda a conciencia, pero cuando rociaron con ese líquido...". Cuatro días de falsedades se quebraron y se decretó su ingreso en prisión, el primer día de 16 años.
Esmeraldo Rapino, entonces jefe de Homicidios, no estaba presente. Descubre ahora esa parte de la historia, aunque es el responsable de que llegase a producirse. Acababa de incorporarse a su equipo, en prácticas, un chico, Martín, recién salido de la Academia, actualizado en métodos.
Habló del luminol -en Estados Unidos se usaba sólo desde 1998- y Homicidios pidió colaboración a la Policía Científica de Madrid. No lo usaban, "porque decían que daba falsos positivos", cuenta Rapino, que completa: "Pero se habían hecho algunas pruebas y había que intentarlo antes de que acabase el tiempo de detención preventiva. Hablamos entonces con la Central, la Comisaría General de Policía Científica, y fueron ellos los que acudieron".
Por obra del luminol, en la trastienda, aparecieron restos de sangre en dos estanterías, en el suelo, en el brazo de un maniquí... Rastros de golpes, con una barra de hierro, en la cabeza, uno mortal en la base del cráneo, tras una discusión, según el acusado, sobre las capacidades profesionales de ambos para ese negocio.
Habían vivido juntos en un piso del número 26 de la calle Jaén, propiedad de la familia de él, en un portal adjunto a la tienda, ubicada en el 22. Después de siete años de relación, rompieron, y Susana descartaba la reconciliación. El último vínculo era profesional, con caducidad el 31 de diciembre. Ella pretendía incluso anticiparlo: andaba de entrevistas en busca de otro trabajo.
"No recuerdo que en el juicio se hablase del luminol, aunque había sido la clave. Tras la escena de la tienda, ya no cambió la versión y entonces yo tampoco veía motivo para cuestionar si era fiable o no esa sustancia. Una vez que confiesa, le dije: 'No voy a defender una absolución para ti. Podemos intentar que sean menos años dentro del hecho, pero...'. Aceptó", rememora José Luis Soriano.
En sus conclusiones, calificó lo sucedido de homicidio (delito castigado con 10-15 años de prisión). En concreto, solicitó 11 años de cárcel. La Fiscalía y la acusación particular, en nombre de los padres de Susana Valdivia, calificaron el delito de asesinato (15-25 años). Y así lo entenderían también el jurado, por unanimidad, y el juez, Arturo Beltrán Núñez, al atender la agravante de alevosía: "La forma de ataque no fue casual sino buscada, el agresor tuvo que coger la barra de hierro antes de golpear y desde ese momento era consciente de su absoluta ventaja, sin que la víctima tuviese ninguna posibilidad de defensa". No dieron "por acreditados los menosprecios y humillaciones" que denunciaba el acusado, negaron "que padezca un trastorno de control de impulsos" y descartaron el "arrebato" como atenuante.
Asesinato, no homicidio. "Pero creo recordar que no salió mal del todo para el acusado", apunta el abogado defensor. Efectivamente, la condena a 16 años quedó en la parte baja de la horquilla posible y eso conduce a un segundo elemento, una pregunta, que justifica esta mirada al pasado: ¿Qué habría ocurrido hoy?
Con el Código Penal vigente, que incluye el agravante de género, probablemente continuaría en prisión y el presente se ahorraría la imagen de verle sonreír en una imagen de Facebook. Pero más allá de la textualidad de las leyes, el asesinato de Susana Valdivia sirve como ejemplo del cambio de mentalidad. "Yo creo que podrían haberle aplicado el agravante de parentesco", sostiene Susana Gisbert, fiscal especializada en violencia de género y ex portavoz de la Fiscalía provincial de Valencia.
Su colega, de hecho, así lo solicitó en el juicio. Pedía 19 años de prisión aludiendo al "agravante de parentesco o relación de afectividad análoga". Sin embargo, ni el jurado ni el juez lo entendieron igual, curiosamente, esgrimiendo palabras de la madre de la víctima: la intimidad "se había roto año y medio antes y él ya tenía otra pareja". Nadie dudó de que la ruptura resultaba crucial en el asesinato y los medios hablaban de "crimen pasional", sin embargo, como no había convivencia, ni jurado ni juez valoraron el "parentesco".
Si se hubiese producido tres años después, con la ley de violencia de género en vigor, "la sensibilidad sería distinta y se hubiese mirado de otra forma", dice Gisbert, que aclara un malentendido común: la norma de 2004 sólo agravó la calificación de los delitos leves, "del tipo poner un ojo morado, pero ni el asesinato ni la violación". Eso sí, introdujo juzgados específicos de violencia de género, "donde todo el mundo que interviene es especialista". No obstante, "16 años son muchos", contextualiza. "Incluso con parentesco, podría haberse ido a 17 o 18 años", por tanto, García Bouix sería también libre hoy.
El cambio para él y otros llega en 2015, con la modificación del Código Penal que, junto a agravantes como homofobia o racismo, incluye la violencia de género. "Al principio, tampoco era fácil que se aplicase, pero ahora está en casi todos los casos", ilustra Gisbert, revelando el salto en dos décadas, de aquel jurado que entendió que sin casa compartida no hay "relación de afectividad" y el juez que hoy ni se lo piensa. "Con violencia de género, yo hoy pediría 25 años", y el tribunal probablemente tendría que haberse ubicado en la parte alta de la horquilla penal (20-25 años). Es decir, García Bouix continuaría en prisión y fuera, lo roto, que no es poco, tercera y última razón de este viaje en el tiempo.
Desde la certeza de que nada dura más que la muerte, se descubre El dolor de los demás, título que Miguel Ángel Hernández dio a un libro de 2018, fenómeno editorial aquel curso, donde regresaba 20 años después a un crimen bien cercano.
23 de diciembre de 2021. Donde estuvo la boutique Elite, en el 22 de la calle Jaén, hoy tiene su sede la productora de cine Nadie Films. En el 26, la llegada del cartero facilita franquear la puerta del portal y un temblor acompaña al descubrimiento, en el buzón, de los apellidos García y Bouix, padres e hijos del asesino. Porque antes que Susana Valdivia, Julián tuvo otra pareja; era padre por duplicado con 20 años.
Nadie responde en el rellano del tercero. Pero en la calle, una vecina acepta finalmente hablar, tras negociar durante 200 metros camino del ambulatorio. "Cómo se me va a olvidar, si siguen viviendo ahí". ¿Los padres? "No, están en el buzón porque siempre estuvo así. La madre diría que viene a veces, pero el padre creo que murió. El problema es la hija, que tiene revolucionado a todo el vecindario. Anda en la droga y hay muchos problemas". A ella, el crimen del padre le pilló estrenando adolescencia.
El dolor de los demás.
Para nadie más que para los familiares. El intento de contactarles no resultó [El 16 de enero de 2022, 20 días después de la publicación de este artículo, Francisco Valdivia, hermano de la víctima, se puso en contacto con este redactor: "Gracias por acordarte, aunque fue una pesadilla y lo sigue siendo". No hace tres meses, él mismo hizo el último intento por reactivar el caso, en conversación con "una abogada famosa", pero sus intentos siempre se frenaron ante la incapacidad de afrontar el gasto que supone intentar reabrir la investigación. En estos años, no ha dejado de pensar en "una gota de sangre, que no era ni del asesino ni de mi hermana", algo sobre lo que no se profundizó y que apunta a una sospecha que la policía ya tuvo en su momento: "Alguien debió de ayudarle a bajarla de la tienda al garaje". Dos décadas después siguen sin haber cobrado la indemnización, que pidieron en el juicio empujados por los abogados y contra el deseo de su madre: "No quiero nada a cambio de la sangre de mi hija". La sentencia decretó un pago de 100.000 euros que no ha realizado el asesino. "Y el Estado sólo se responsabiliza en casos de terrorismo o así"], pero no cuesta intuir la herida cuando ni los desconocidos han olvidado.
Aquel era un edificio algo festivo, con tres pisos, en las dos primeras plantas, habitados por universitarios. La nostalgia podría limitarse a nimiedades. José Ángel, Miguel y Ángel, del 2º, seguirían lamentando que «Lali siempre se negó a pintar el piso» y lamentarían, con orgullo: «Hemos matado demasiadas neuronas para acordarnos de mucho más». Eva, del 1º, duda si su casero se llamaba «Fermín o Jacinto», pero tiene presente que «con su bigotillo aparecía siempre en las primeras filas en la Gala los Goya». Y David, Estíbaliz y Fiona, del otro 2º okupado, hablarían de que «el señor Juez nunca quiso cambiar los colchones». En un piso con paredes de papel, donde bastó que uno gritara «ha muerto Lady Di» para que se irradiase a toda la planta, incluso unos malos tratos, de los que no se oyó, podrían rememorarse como pasajeros, como Vivian Gornick escribe de aquel bloque neoyorquino donde despertó a la vida. Su libro, Apegos feroces, se ve atravesado por otra amargura mayor, como ocurre con este reportaje.
Fiona: "Han pasado 20 años y no se me olvida la cara de ella, ni la de él. Eran simpáticos; él, demasiado, de esto que te hace desconfiar. Ella era una chica alta, rubia, muy llamativa, muy guapa, agradable". Y en su relato se escapa un insulto cuando sabe "que alguien que hace algo así haya colgado una foto en su perfil con otra chica, casualmente, un 8 de marzo". No hay mucha más información que: "Comprometido desde 2015". Ni apenas actividad, tampoco con su hermana. Sólo dos mensajes sin respuesta de un antiguo compañero de prisión: "Estuvimos juntos en Soto y Aranjuez". Y después: "¿Por qué no respondes?".
Ningún amigo que mostrar.
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