El piloto Fernando Alonso (Oviedo, 1981) vive un momento con muchos objetivos cumplidos: ha ganado dos Campeonatos del mundo de Fórmula 1 y, en los últimos años, se ha dado un garbeo por otras disciplinas del automovilismo, mostrando ambición y versatilidad. Tiene otros planes en marcha, como la marca de ropa Kimoa o su museo y Circuito en Asturias, la tierra natal donde anida su verdadero yo. Antes de retirarse ansia ganar su tercer mundial.
40 años. Es la edad en la que el común de los mortales sentimos mal rollo existencial. La vida parece llegar a su punto medio, nos hacemos conscientes de nuestra propia finitud, repasamos lo que hemos conseguido hasta el momento, no siempre estamos satisfechos. «Pues para mí es una edad como cualquier otra, la verdad» – dice Fernando Alonso.
El piloto cumplió 40 en julio y el paso del tiempo parece no darle vértigo: será porque ha conseguido buena parte de lo que quería. Cuando era joven, cuenta, se imaginaba una vida más apacible, formando una familia y todo eso, pero el motor de su vida, que es la propia disciplina deportiva del motor, le ha guiado por carreteras inusuales: «La vida, al final, te lleva por donde quiere», dice el asturiano, «y yo siempre he vivido a toda velocidad«.
Por el ventanal se ve el puerto deportivo, lleno de barquitos blancos, la apacible mañana de Montecarlo, eso sí, algo nublada; también un horrendo bloque de viviendas que desentona con el resto del paisaje. Alonso vive en Mónaco, y llega a su cita a la habitación 1123 del hotel Novotel Monte-Carlo (en el que se alojaba cuando venía a competir) con un buen sabor de boca: días antes, el domingo anterior, consiguió un perseguido podio en el Gran Premio de Qatar. Un tercer campeonato del mundo es su actual objetivo, cueste lo que cueste. Se ha descrito su ambición para el futuro próximo como El Plan, así con mayúsculas, como si fuera una oscura conspiración. Algunos medios han llamado a esta fase de su carrera como su «segunda juventud», pero el carbayón parece no haber notado que se acabó la primera.
«Sólo hay 20 personas en el mundo que conducen un Fórmula 1, eso ya es un privilegio, y muy pocas pueden llegar a ser campeón». Alonso tiene dos campeonatos mundiales de F1, el Mundial de Resistencia de la FIA, las 24 horas de Le Mans, las 24 horas de Daytona… pero todo es efímero: las generaciones pasan, llegan nuevas caras que atraen la atención y relegan a lo viejo a un segundo plano. Al asturiano le preocupa su legado: «Quiero dejar algo más, no ser un piloto cualquiera que ha pasado por aquí. Quiero que recuerden la pasión, el amor por el deporte, el nunca rendirse, el trabajo con los jóvenes pilotos, que mi nombre signifique algo para los que vienen«, señala. Es extremadamente competitivo, compite para todo, odia perder, a cualquier cosa.
Una de las facetas que hacen de Alonso un piloto particular es su marca de ropa Kimoa (fundada en 2017 junto a su socio Alberto Fernández Albilares), palabra que significa algo así como «sentarse y ver la puesta de sol juntos» en idioma hawaiano. Son prendas casuales y deportivas, con aires de surf y de automovilismo, toques urbanos, que el asturiano no deja de vestir en los podios y comparecencias públicas. Es el mejor embajador de su marca, con su sempiterna gorra de Kimoa, que ya es casi tan característica como su poderosa mandíbula o las greñas que asoman por la nuca.
«Siempre me ha gustado hacer cosas nuevas», dice Alonso, «he viajado mucho por el mundo, he visto muchos estilos de vida, muchas formas de vestir, y tengo claro cuál es la que me gusta». Quiere que la marca también sea una parte de su legado, sobre todo en el ámbito de la sostenibilidad, porque son prendas que se fabrican tratando de preservar el medioambiente. «Es ropa muy fresca, muy feliz, que se puede poner el fin de semana tanto un adolescente como abogado que vaya trajeado toda la semana», cuenta el emprendedor.
¿Cómo se construye una marca así? «Aprendimos sobre la marcha, a modo prueba y error, yo no tenía ni idea de diseño, y tal vez ni gusto», explica, «es un sector profundamente competitivo, hay muchas marcas, muchas startups, muchas ideas por todas partes». La visibilidad del piloto ayudó mucho a darle un empujón al proyecto, a abrir algunas puertas. Buscar proveedores, barajar diseños, dar pasos adelante, pero también pasos atrás, en definitiva, montar el negocio, fue toda una aventura. «Algunos de los diseños que proponíamos no eran posibles dentro de la sostenibilidad, porque no existían esas texturas o colores», recuerda el piloto. Pero se fueron adaptando. «Lo más bonito fue, precisamente, ver cómo las siete u ocho personas que empezamos con Kimoa fuimos haciendo de todo, adaptándonos a lo que era posible y enamorándonos del proyecto».
Hoy en día es fundamental la innovación en la empresa y eso se realiza a través del Kimoa Lab, su laboratorio creativo en el que hay una decidida inversión en I+D+i, que ya ha desarrollado gafas de sol técnicas para realizar cualquier deporte o maillots y chaquetas para ciclismo en materiales técnicos y sostenibles. Recientemente, ha entrado un nuevo inversor mayoritario, el estadounidense Revolution Brands, que ha adquirido el 70% de la marca, con la idea de ganar relevancia internacional, crecer en Estados Unidos, aumentar la presencia en tiendas físicas (próximamente abrirán una en Manhattan) o comenzar proyectos relacionados con la electrificación, como los patinetes o las bicicletas eléctricas, también de corte sostenible.
Hablando de electrificación, ¿qué opina de las innovaciones en los automóviles comerciales, eléctricos y probablemente autónomos? «La tecnología es imparable», dice el piloto, «todas las marcas han apostado fuerte y el coche eléctrico va a ser predominante antes o después». En las carreras, supone el piloto, seguirán por algo más de tiempo el ruido, los humos y el olor a gasolina, que ponen parte del encanto, aunque seguramente en algún momento habrá una evolución en el sentido medioambiental. ¿Y habrá alguna vez carreras de F1 autónomas, sin pilotos humanos metidos dentro? «Pues eso espero que no, si es así no podríamos disfrutar de nuestra pasión lo que estamos en esto», se ríe.
Ahí sigue, de circuito en circuito, de campeonato en campeonato, de categoría en categoría. En los últimos años, ha salido de las pistas de Fórmula 1 para experimentar con otros tipos de conducción: el rally Dakar, las carreras de resistencia, las IndyCar series, las 500 millas de Indianápolis y hasta probando coches Nascar. Una cosa nada habitual entre los pilotos y que ha causado admiración por su versatilidad y ambición. Al comienzo de la serie de Amazon Prime Video titulada Fernando, que se incrusta en su vida, se ve una secuencia de sus saltos por el Sahara en un coche de rally, en el Dakar 2020: parece una película de Indiana Jones. «Fue un desafío personal, cruzar el desierto, 15 días con una persona en el coche [el copiloto Marc Coma]… Vengo de la F1 donde todo se mide al milímetro y esto era mucho más salvaje, nos perdíamos dos veces al día, y teníamos que llevar muy bien atado el cinturón», recuerda divertido.
Hace treinta y tantos años, siendo sólo un niño, Alonso comenzó a pilotar karts en su Asturias natal, también de forma algo salvaje: la historia de sus inicios ya es casi legendaria. Las imágenes de aquella época muestran carreras de pueblo muy precarias, con los guajes corriendo a toda velocidad, como hormigas atómicas, por pistas delimitadas por balas de pajas, unas carreras que serían impensables hoy en día, por su peligrosidad. El pequeño Alonso comenzó a ganar carreras tan pequeño que, literalmente, ni se acuerda. De ahí, poco a poco, hasta lo más alto. Aunque últimamente se hable mucho del papel de la suerte en la consecución del éxito, el caso de Alonso es notorio por la brutal dedicación desde la más tierna infancia. Prácticamente nació con un volante entre las manos.
Cuando empezó a petarlo cobró fama enorme en muy poco tiempo. En la verbena de su pueblo tenía que quedarse en el aparcamiento, tomando sidra en la penumbra, para no ser el único centro de atención. Por toda España se idolatraba su figura, y se ondeaban los colores azul y amarillo de Renault (y, curiosamente, de la bandera asturiana). La Alonsomanía. Para un chaval de 21 años, edad que tenía cuando logró su primer campeonato, es duro. Con 24 fue campeón del mundo. «Siendo tan joven nadie te enseña cómo gestionar esa notoriedad, te encierras en ti mismo, limitas tus apariciones, todo el mundo quiere un pedazo de ti», recuerda. Con el tiempo, con la madurez, su relación con la fama ha mejorado.
Ahora no tiene demasiado tiempo para regresar a la región verde. «Aunque volver siempre es mágico, es donde siento que vuelvo a ser yo mismo, con la gente de siempre, los amigos de toda la vida«, explica. Es una rutina muy diferente a la que tiene en su vida profesional, aunque al borde del Cantábrico también vive con intensidad: tiene que ver a muchas personas y hacer muchas cosas en muy poco tiempo. «Es todo muy comprimido, así que me deja una huella muy grande».
En Asturias está otro de sus proyectos paralelos: el Museo y Circuito Fernando Alonso, en la localidad de Llanera, cerca de Oviedo. Un circuito de karts donde se intenta crear vocaciones en los más pequeños, igual que surgió la del propio piloto. Alrededor del circuito se celebran diversas actividades, competiciones, cursos de conducción o de seguridad vial y, por supuesto, allí está el museo con más de 350 piezas de su colección personal (desde su primer kart a algunos de los monoplazas que ha pilotado) y una superficie de 1.200 metros cuadrados. Más de 25.000 niños de nueve años han pasado en los últimos cuatro años por sus cursos de seguridad vial.
Recientemente, Alonso se ha mudado de Lugano, en Suiza, donde vivió los últimos años, a Mónaco. «Una razón es mi amor al mar: lo echo muchísimo de menos, en Suiza había un lago, pero no era lo mismo». Esta ciudad forma parte de la memoria sentimental del piloto, además de ser el circuito más legendario de la F1. Casi todos los pilotos viven en Mónaco, de modo que viajan todos en el mismo avión a los campeonatos, desde el aeropuerto de Niza, como niños que fueran al cole. A veces, quedan para tomar algo («hay invitaciones indecentes para ir de fiesta», bromea Alonso, «pero de momento no me he unido a ninguna de ellas»), o para montar en bici.
Precisamente la bici puso en aprietos recientemente al piloto. A pesar del riesgo que corre al conducir algunas de las máquinas más veloces del planeta, tuvo un aparatoso accidente pedaleando sobre dos ruedas. «La bicicleta y los coches no son buenos compañeros: tuve un percance y me rompí la mandíbula, me operaron y me pusieron unas placas de titanio. En enero me las retiran». Se quedó en un susto, un recordatorio de que cualquier día puede pasar cualquier cosa. ¿Siente esa precaución cuando pilota? «La verdad que no: cuando me pongo el casco hay un reset en mi cabeza, se va el miedo, el respeto, la preocupación, cualquier problema físico o personal desaparecen cuando estoy compitiendo», explica. Fuera del coche es precavido: un ejemplo en la pandemia, cuyas restricciones y recomendaciones siguió a rajatabla. Se hacía el test todo el rato, siempre daba negativo. «Fuera del circuito me asusta todo».
En Mónaco pasa plácidamente los días entre campeonato y campeonato: «Mi tiempo entre uno y otro se reduce a esperar, a pensar en coches». El piloto lo cuenta relajado en el sofá del hotel, recortado en las nubes. Hay una tapa de queso, pero se abstiene: luego ha quedado para comer. «En mi vida no hay dos días iguales», explica. Eso sí, en los momentos de asueto le gusta hacer vida normal, porque presume de ser, a pesar de todo, una persona normal. Al trato, cercano y sencillo, lo parece. Ve películas y series, hace la compra en supermercado, «pero siempre con la cabeza en otro sitio», dice.
¿Hasta cuándo puede conducir un piloto? No hay una edad definida. Al fin y al cabo, el motor, aunque sea uno el que pilote, es un deporte de equipo y en la carrera de un corredor cuentan muchos factores: el coche, el equipo, etcétera. Michael Schumacher, por ejemplo, regresó a la Fórmula 1 a los 41 años después de su primera retirada, y corrió hasta los 43. En otras disciplinas, como el rally, Carlos Sainz ganó con 57 años su último Dakar. «Yo quiero mantener siempre la ventana abierta para hacer lo que me gusta, independientemente de mi edad», dice Alonso, «más que la resistencia física, creo que el desgaste tiene más que ver con la concentración total, la dedicación absoluta a lo largo de todo el año». Quizás, aventura, el momento llegue dentro de tres o cuatro años. «Algún día dejaré la Fórmula 1», concluye, «pero nunca el motor».