Tudelano-DeportivoLOF
Fue un partido con velcro. De los de enterrarlo en el jardín y no acordarse de él nunca más. Ningún buen recuerdo le quedará al Dépor de esta emboscada en Tudela salvo la parada de Mackay, el pitido final y, sobre todo, el botín. Fue una trampa tras otra, un encogimiento de corazón tras otro, al que le costó rebelarse, llevar por su rego, al que le fue imposible, en muchos momentos, dar una respuesta futbolística. Con alguna salvedad, solo achique, veteranía y sufrimiento, que se acrecentó en un último cuarto de hora infernal. La mano del meta coruñés terminó de asegurar los puntos. Un cabezazo de Lapeña antes del minuto diez y una estirada salvadora en el 85, por el medio un agujero negro que amenazó con tragarse a los blanquiazules. No fue así. De momento, seis de seis.
Si el duelo ante el Celta B fue una luna de miel, un ecosistema perfecto en el que parecía ser un accidente estar en Primera Federación, en el Ciudad de Tudela le esperaba todo lo contrario. Un césped alto e irregular, un rival que aprieta, que va al límite y más allá, que gana cada balón dividido, que mete la pelota al área a la mínima oportunidad... Todo era áspero, todo era desagradable. Superado, muy superado. Fue un baño de realidad, el de todos los años, el que antes te esperaba en Segunda B y ahora te aguarda en la Primera Federación. Mismo perro con distinto collar.
Y llegó sin anestesia. El equipo navarro ya había colado un balón en el área en el minuto uno. Un caño y un intento de asalto a la meta de Mackay eran la carta de presentación local, el aviso. No se iban a asustar por enfrentarse al Dépor. Todo lo contrario. Olían la sangre sin que ni siquiera hubiese brotado. Los primeros diez minutos fueron un suplicio, con ataques por ambas bandas. Eso sí, el sitio predilecto para sus intentonas fue el flanco derecho del Dépor. Era el estreno de Benito en partido oficial por la baja de Trilli y sufrió lo indecible hasta la media hora. Samanes o cualquiera que pasase por ahí hacía saltar sus costuras. La falta de pretemporada y de actividad en los últimos años por diferentes lesiones pudieron jugar en su contra. Le costó competir, poner paz en su terreno.
De los pocos alivios, la única alegría blanquiazul en el primer acto fue el gol de Lapeña. Si hace una semana había lucido pegada ante el Celta B, este domingo no iba a ser menos el conjunto de Borja Jiménez. Al meta Pellegrino lo habían visto con prismáticos, pero en el primer centro lateral el riojano embocó el balón a la red. 0-1. Ni diez minutos. El Dépor respiraba. Nadie le iba a librar de sufrir, de pelear los puntos pelota a pelota, forcejeo a forcejeo. Por lo menos, ya tenía cierto margen de error.
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El tanto podía haberle dado aire, haberle empujado a tener el balón, a meterle la mano al partido de otra manera. No fue así. Se convirtió entonces en un duelo de fases, no de una única dirección, pero se jugó casi en cada momento a lo que quería el equipo de Olaizola. Quiles y Miku bajando balones eran la alternativa coruñesa más fiable para intentar atacar. El onubense, a lo Robinson Crusoe, casi se cocina el 0-2. Bastante hacía el equipo coruñés con mantener la ventaja y a raya a su rival, con sobrevivir e ir aguantando el pulso. Al menos, había conseguido que su contrincante se dedicase a jugar y no a presionar al colegiado, a hacer entradas a destiempo. Sólo fútbol, sufriendo, pero solo fútbol.
El Dépor salió al segundo acto con mejores intenciones. Su rival no estaba dispuesto a aflojar. Tuvo que aplicarse, que enfriar el duelo casi de cualquier manera, aunque no fuese con la pelota, como en realidad le hubiera gustado. No se libraba, aún así, de repetidos sustos con balones colgados, a los que acababa imponiéndose entre la labor de sus propios defensas, el saber estar de Mackay y la falta de puntería local. En cierta medida, el triunfo durante esos minutos fue que poco a poco los sobresaltos acabasen siendo más esporádicos. No daba para más. Era la cruda realidad. Mirar al marcador era el mayor de los consuelos y la mejor bombona de oxígeno para resistir.
Borja Jiménez quiso cuidar los detalles e insuflarle aire a su equipo con los cambios, que llegaron casi desde los primeros minutos de la reanudación. Retiró a su defensa amonestado, cuidó a su lateral con menor ritmo, buscó colocar dos velocistas en las bandas y puso antiaéreos en torno a Mackay. No era mal plan, pero los remiendos solo le duraron unos minutos. Alberto Quiles tuvo en ese momento la oportunidad de hacer de nuevo el 0-2. Esta vez tampoco. Hoy solo tocaba sufrir y sufrir. Nada más.
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Y quedaba lo peor para el Dépor. Los últimos diez minutos más el añadido estratosférico de un colegiado peligroso, gesticulante y teatral estuvieron a nada de tumbar al conjunto coruñés. Se vio en ese periodo al Tudelano más extremo, al que colgaba balones sin importarle las distancias, al que avanzaba metro a metro, cual equipo de rugby, con la pelota viviendo más por el aire que por el suelo. Este toque a arrebato terminó por ahogar y descolocar aún más a los coruñeses. No llegaba a nada, le superaban por todas partes. Casi sucumbe.
Primero fue un disparo de Cedenilla que acarició el palo y luego, la jugada del partido. Minuto 85. Centro cruzado y cabezazo de Alain Ribeiro que con bote telegrafiaba su trayectoria a la red. Cuando ya parecía vencido y la grada celebraba el empate, Ian Mackay tiró de tren inferior y reflejos para impulsarse y repeler el esférico con su manopla derecha. Fue decisivo, estaba justificando su fichaje. Si Ian está aquí, además de por amor a unos colores, es para responder en situaciones límite, para dar argumentos extra a su equipo cuando le abandona el fútbol. Y hoy fue uno de esos días. El Dépor se va para casa, después de respirar y secarse el sudor de la frente, con una sonrisa. Y, en gran parte, es gracias a él.