Jorge G. Castañeda
Muchos analistas y diplomáticos han comentado a lo largo del ultimo año, que los presidentes Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador entraron en una especie de pacto faustiano tácito y discreto para conducir las relaciones entre México y Estados Unidos. Pacto faustiano, no con el diablo, pero de cada uno con el otro. Como lo hemos comentado aquí y muchos otros lo comentaron antes y mejor, Biden aceptó no cuestionar los procedimientos internos de López Obrador, ni en materia de política macroeconómica ni en materia de reformas energéticas o institucionales, ni en la relación con Cuba, Nicaragua y Venezuela, y López Obrador aceptó hacer el trabajo sucio de Estados Unidos en la frontera sur y norte de México e impedir el ingreso de migrantes indocumentados a Estados Unidos. Asimismo, muchos dijimos que ese pacto faustiano, inteligente, hábil y redituable para ambos mandatarios, probablemente tenía los días contados desde un principio ya que no se trataba de una posición sostenible para ninguno de los dos a mediano plazo.
Parece que en efecto el pacto faustiano ha llegado a su fin. La señal fue la declaración de la secretaria de Energía, Jennifer Granholm, durante su visita a México, informando del contenido de sus pláticas con López Obrador y otros altos funcionarios mexicanos. En realidad, esta visita y esa declaración coinciden también con la publicación –aún no oficial– de las cifras de detenciones de migrantes en la frontera de México con Estados Unidos por autoridades norteamericanas en el mes de diciembre.
En lo tocante a lo primero, a diferencia de otras visitas de funcionarios del gobierno de Trump o de Biden a México o de encuentros de los mexicanos con ellos en Estados Unidos, esta vez Washington no permitió que López Obrador diera la única versión sobre las pláticas. Cuando trató de decir el mexicano que habían sido cordiales y con respeto y con amabilidad, la Embajada de Estados Unidos y la secretaria de Energía inmediatamente divulgaron un comunicado de prensa diciendo que sí, en efecto, las pláticas fueron cordiales y que se quieren mucho y se adoran y se dan besitos y todo lo que se quiera, pero que Estados Unidos le había compartido a todos los funcionarios mexicanos sus preocupaciones reales sobre la reforma energética y sobre las políticas en general del gobierno de la 4T. Hasta ahora ese tipo de aclaración no había sucedido. La razón era muy sencilla: Biden y su equipo no querían irritar o molestar a López Obrador llevándolo a desistir de su despliegue de casi 30 mil efectivos en todo el territorio nacional para golpear, torturar, deportar y maltratar en general a los migrantes centroamericanos, venezolanos, brasileños, cubanos, ecuatorianos y haitianos.
El problema es que al igual que ha sucedido desde 2014 –es decir con el régimen de Peña Nieto– a pesar de todas las promesas y la sincera voluntad de dos presidentes de México para hacer lo posible por complacer a tres presidentes de Estados Unidos en cuanto al cierre de las fronteras, México simplemente no puede contener los flujos migratorios durante demasiado tiempo. Las cifras de diciembre son aterradoras: 177 mil detenciones, es decir, más que en noviembre y más que cualquier otro mes de diciembre desde hace décadas. Para el año calendárico 2021, se trata de más de 1.9 millones de detenciones, la cifra más elevada desde el año 2000 cuando todavía era presidente de Estados Unidos Bill Clinton, y de México Ernesto Zedillo.
Si México no puede ya, a pesar de toda su mejor voluntad, cumplirle a Biden, éste tampoco puede ya cumplirle a López Obrador. Las cartas de varios senadores norteamericanos –republicanos y demócratas, jóvenes y de mayor edad, de las costas y del centro del país– sobre temas energéticos, pero también sobre una serie de incumplimientos –según ellos– de disposiciones del TMEC, le han dificultado cada vez más la tarea a Biden. Simplemente ya no puede hacerse tan fácilmente de la vista gorda como antes. No es que no quisiera hacerlo: con los líos en Ucrania, con el Senado y el Congreso, con China y Taiwán, y muchos otros que se acumulen, lo último que quiere Biden es pelearse con López Obrador. Pero los senadores de su propio partido, sin hablar de los del partido Republicano, no tienen por qué regalarle ningún beneficio en cuanto a la relación con México se refiere. Y por eso cada vez son más explícitas y puntuales las cartas públicas que le envían a Biden o a sus colaboradores más cercanos.
¿Estamos en víspera de una guerra declarativa entre México y Estados Unidos? Desde luego que no. ¿Seguirá habiendo visitas y encuentros cordiales? Desde luego que sí. ¿Se tratarán los temas con cauces institucionales como se deben de tratar? Por supuesto. Pero lo que López Obrador ya no puede dar por sentado es que él domine la narrativa de lo que sucede y que las quejas, las críticas, las dudas, las preocupaciones y en su caso las presiones de Estados Unidos dejen de ser enteramente privadas para de vez en cuando volverse públicas. Es un cambio muy importante que no le va a facilitar para nada las labores de gobierno a López Obrador. Qué bueno.