Desvelamos un negocio en alza: los test caseros de ADN. Cuestan sólo 200 euros, su fiabilidad es del 99,99%... y basta tomar una muestra de la boca del niño con un bastoncillo para salir de dudas. Tiene su lógica: uno de cada 10 hijos nacidos dentro del matrimonio son de otro padre.
Fernando, llamémosle Fernando, ojea una revista del corazón. Pasa las páginas rápido, casi sin leer: las claves del divorcio de Brangelina, la nueva novia española de Richard Gere... Tonterías, esta gente no sabe por lo que Fernando está pasando. Le tiemblan hasta las pestañas, ahí sentado en una angosta sala de espera en el centro de Madrid. Su vida va a dar un vuelco, para bien o para mal, en unos minutos.
De aquella puerta del fondo saldrá una mujer con una bata blanca que le entregará un sobre con la respuesta a la gran pregunta: ¿es mi hijo realmente mi hijo? Todo está ahora dentro de una máquina que analiza dos diminutos trozos de algodón impregnados de ADN. La máquina elabora dos perfiles genéticos: 16 pares de cifras para Fernando, otros 16 para su hijo. Como en los juegos de encontrar las diferencias, si hay más de dos pares en los que ninguna cifra coincide serán malas noticias.
Fernando no es nadie en particular, pero a la vez es muchos. Cada vez más. Sólo en 2015 se tramitaron en España 1.485 peticiones judiciales de análisis de ADN para determinar la filiación en los laboratorios del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses. Cuando se empezaron a registrar datos de estas pruebas, en 2007, sólo fueron 401. De todos los estudios genéticos que pasaron por manos de sus técnicos, uno de cada cuatro iba destinado a revelar si alguien era el padre de otro alguien o no.
Pero ya no hace falta llegar a un juzgado para despejar las dudas. A veces, basta con acudir a Google. Digamos que Fernando teclea «prueba de paternidad»: 444.000 resultados en menos de un segundo. «Fiables, asequibles, precisos, rápidos», por unos 200 euros podemos encontrar, cómodamente desde casa, «la tranquilidad que acompaña el 'Saber con Certeza' (sic)». Pues vamos allá, nuestro padre con dudas pincha en el primer enlace, CeFeGen: «Autorizado por Sanidad. ¡Llámenos!».
Tampoco necesita coger el teléfono, con un par de clics llegará a casa un sobre, el kit, con cuatro bastoncillos. Dos para el hijo, dos para el «presunto padre». Lo de «presunto» le quema el alma a Fernando mientras frota la cara interna de la mejilla del pequeño, le arde mientras procede a frotar la suya propia. Rellena el formulario, introduce los bastoncillos en el sobre y lo reenvía. En una semana recibirá la respuesta por email.
CeFeGen se encuentra en un piso del centro de Madrid. A la izquierda, la puerta del laboratorio. A la derecha, el despacho de la doctora Mercedes Alemañ, gerente y directora técnica. Alemañ desprende una tranquilidad que contrasta con los nervios de sus visitantes habituales. Habla muy bajito, dice que está acostumbrada a comunicar noticias, buenas o malas: «Cuando alguien llega aquí, es porque ya tiene claro que prefiere enfrentarse al resultado que seguir viviendo con la duda. Y eso es lo que le proporcionamos».
Ha visto desfilar por su sala de espera miles de historias en los últimos nueve años, la mayoría padres de niños pequeños, muchos empujados por su propia desconfianza, otros forzados por la desconfianza de sus familiares. El 80% de quienes acuden a su laboratorio sólo buscan despejar dudas, y entre el 85 y el 90% sale por la puerta con su paternidad confirmada. «Hay veces que se van muy felices y hay veces que se van muy tristes, independientemente del resultado», explica la doctora.
Hace nueve años que el equipo de Alemañ dedica sus esfuerzos a comparar perfiles de ADN. En este tiempo, han visto proliferar a su alrededor multitud de laboratorios que ofrecen los mismos servicios que ellos. Por eso, una prueba que podía costar 400 euros hace una década está ahora en la mitad de precio. La paternidad es también un negocio y, como tal, se rige por la ley del mercado: a mayor oferta, menor precio.
Resulta imposible conocer el número exacto de pruebas que se realizan al año, aunque se cuentan por miles. Aunque no revelan su volumen exacto de actividad para no dar pistas a la competencia, los laboratorios consultados por PAPEL realizan, cada uno, entre 500 y 700 pruebas al año. Otros países europeos sí disponen de estadísticas al respecto, que pueden dar una idea del fenómeno: en la última década, las pruebas de paternidad aumentaron en Reino Unido de unas 9.000 a unas 20.000.
Para Fernando, nuestro protagonista, las dudas nacieron cuando empezó a olerse que su mujer estaba con otro. La última estadística oficial sobre infidelidad en España se remonta a 2008. El CIS realizó entonces su primer y último estudio sobre Actitudes y Prácticas Sexuales, y reveló que una gran brecha entre hombres y mujeres seguía abierta: un 26,8% de los maridos había sido infiel en alguna ocasión, frente al 8,2% de las esposas.
Los últimos años han ido limando diferencias, y el adulterio femenino ha ido ganando terreno. Los datos que manejan los abogados de familia ponen los pelos de punta: entre el ocho y el 10% de los hijos nacidos dentro del matrimonio son de otro padre. Quienes trabajan con trasplantes arrojan un dato incluso superior: al analizar la compatibilidad entre donante y receptor, encuentran entre un 20 y un 25% de casos en que no existe la relación familiar esperada. «Y no les podemos decir nada, sólo que no son compatibles», confiesan a PAPEL desde un laboratorio conocedor de esta realidad.
La ciencia tiene una respuesta fiable al 99,995%, aunque algunos se siguen agarrando a ese 0,005% de incertidumbre. «En ocasiones, sobre todo las mujeres, dicen que el resultado está mal, que es su palabra contra la de la ciencia», reconoce Clara Martínez, directora técnica del Centro de Análisis Sanitarios. Alguna esposa, pillada en un renuncio, ha amenazado incluso con una denuncia. Sin embargo, esas amenazas siempre han quedado en papel mojado.
Hay casos que rozan el esperpento. Al laboratorio de la doctora Martínez acudieron en una ocasión un hombre de 65 años y una mujer extranjera, que buscaban filiar a dos gemelas recién nacidas. Habían recogido el ADN ellos mismos en el domicilio de la madre, y cuál no fue su sorpresa cuando el análisis determinó que las niñas eran varones. «Tuvimos que hablar con el supuesto padre para explicarle que la prueba no era válida por un fallo en la toma de muestra. Evidentemente, ella no quería que se supiera que sus hijas eran de otro», recuerda.
Si hay alguien experto en infidelidades, esos son los detectives privados. Más que investigar, lo que estos investigadores hacen es corroborar una sospecha «más que certera» con el mayor número de pruebas posibles. «Muchas veces, nuestros clientes quieren que su pareja deje de tratarlos como locos o paranoicos», asegura Vicente Delgado, presidente de la Asociación Profesional de Detectives Privados de España (APDPE). En los últimos años, las peticiones relacionadas con la paternidad han experimentado «un auge» en sus despachos, y en el 80% los temores se confirman: el padre es otro.
El detective interviene aquí, sobre todo, cuando la recogida de muestras se hace a escondidas. «Localizamos, sin invadir la intimidad de la persona, algún objeto que haya abandonado y del que se pueda obtener un resto biológico», explica Delgado. Porque a los laboratorios de ADN no siempre llega el bastoncillo perfectamente impregnado, envasado y etiquetado. A veces, lo que contiene el sobre son recortes de uñas, una tirita, un pañuelo usado y abandonado en la calle, un chicle recogido de la papelera, una colilla...
Nuestra marca genética nos delata, y ya hay laboratorios que, por unos 75 euros, ofrecen desvelar si esa mancha sospechosa en la ropa interior usada o en las sábanas es, efectivamente, semen. En Neodiagnóstica reciben unas cuatro o cinco peticiones de este tipo al mes, «con pequeños picos en torno a la Navidad, por las fiestas de empresa». En un 60% de los casos, el marido celoso había confundido un resto de fluido vaginal en la ropa interior de su mujer con esperma. Para el resto, y si uno está dispuesto a invertir 400 euros en resolver su presentimiento, se puede hacer una comparativa de ADN para identificar el origen del semen. Un 70% de las veces el gasto era innecesario: el semen era del propio cliente.
Sin embargo, la infidelidad no es siempre la razón que lleva a alguien hasta un detective. Según Delgado, de hecho, son otros dos los perfiles predominantes entre sus clientes: «El hombre que llega con una demanda de paternidad que le exige una mujer con la que tuvo una relación, en ocasiones, de una sola noche, y la persona que desea saber si es hijo de una determinada persona». Este último caso ha ido en aumento en los últimos tiempos debido a los casos de adopciones irregulares, los llamados bebés robados. Para facilitar la investigación, el Ministerio de Justicia creó, en 2011, un banco de ADN con el que colaboran también los laboratorios privados.
El periplo de nuestro padre con dudas, sin embargo, sigue por otros derroteros. Fernando está decidido a poner fin a su matrimonio y acude a un abogado. «Ocurre de forma muy frecuente que, con ocasión de la crisis de pareja y durante el proceso de separación o divorcio surja la noticia de que el hijo no es del marido, bien porque la madre lo anuncie cuando se está discutiendo la custodia de los hijos, bien porque el propio marido haya tenido conocimiento de que no es el padre biológico», explica María Dolores Lozano, presidenta de la Asociación Española de Abogados de Familia (AEAFA).
Es más, cuando el niño es aún menor, suele ser la madre quien inicia el proceso de filiación en un juzgado, en muchos casos con la intención de formar una nueva familia con el padre biológico del pequeño. «Son situaciones verdaderamente difíciles que requieren, en general, la intervención de un psicólogo o psiquiatra», reconoce Lozano. La parte más débil, en este huracán de emociones, siempre es el hijo.
El año 2008 marca un antes y un después en el boom de las pruebas de paternidad. Ese año, en Madrid, aumentaron un 24%, pero aquí las historias tienen otros protagonistas. España era, por aquel entonces, uno de los grandes receptores de inmigrantes, y la avalancha en la llegada de extranjeros, muchos mediante reagrupación familiar, obligó a extremar las precauciones.
Si bien las partidas de nacimiento o las bautismales sirven como prueba de la relación familiar en el caso de los países con una tradición católica, la cosa se pone más difícil con los asiáticos. Se da con frecuencia que varios ciudadanos chinos viajen con el mismo pasaporte, de ahí que el Ministerio de Exteriores pidiera la colaboración de centros privados cuando el alud de peticiones desbordó al sistema público.
Efectivamente, de los 388 casos que analizó en Madrid el Instituto Nacional de Toxicología en 2008, casi la mitad tenían como finalidad resolver la reagrupación de una familia de inmigrantes. Todos ellos eran asiáticos.
Internet ha abierto la puerta a que miles de Fernandos puedan saber, a ciencia cierta, si efectivamente son padres, aunque los expertos recomiendan andarse con ojo: «Hay muchos anuncios que no tienen detrás más que un apartado de correos, hay que informarse bien antes de enviar muestras biológicas a cualquiera», asegura Tomás Navarro, director de Citogen.
Lo que sí recomiendan quienes viven más de cerca cada día estas historias es que, aunque la respuesta duela, es mejor no quedarse con la duda. A CeFeGen llegó en una ocasión un señor que había pensado toda la vida que uno de sus dos hijos no era suyo. «Se hizo la prueba con validez legal cuando el chico cumplió 18 años para quitárselo de encima, y resultó que sí era su hijo. Podía haber disfrutado de él todos esos años y, en cambio, lo había rechazado», recuerda Mercedes Alemañ. «No siempre damos buenas noticias, claro, pero la buena noticia es que hoy podemos saber la verdad a tiempo».
Fernando espera la suya mientras ojea una revista del corazón.