Las primeras horas del 2003 fueron perturbadoras para la familia Lopera Velásquez en Medellín. Ese 1 de enero le perdieron el rastro a Cindy: ella, que apenas tenía 13 años, había decidido “porque sí” irse de su casa para vivir con dos amigas de 15 y 16 años en un apartamento; jamás imaginó que su nombre aparecía en una denuncia sobre su desaparición que reposaría en la Fiscalía.
La madre de Isis, una de sus amigas, tenía dos apartamentos bajo su nombre y le permitió a su hija ocupar uno de ellos junto a las otras dos. También les brindó ayuda económica al tiempo en que las menores vendían dulces en la calle, pero nada de esto fue suficiente para subsistir a la pobreza y el hambre... Dos años después la mamá de Isis cayó en una crisis financiera y se vio obligada a arrendarle la propiedad a otras personas. Lea además: Duván David quiere caminar pese a su discapacidad
“A nosotras nos gustaba ir a bailar a un barrio cercano, pero para llegar hasta allá debíamos pasar por el sector Prado, en el Centro de Medellín, donde ya habíamos visto un hogar de paso llamado Casa de Acogida para Jóvenes, así que decidimos alojarnos allí”, aseguró Cindy.
La paisa, que ya tenía 16 años en ese momento, contó que casi todos los jóvenes de su familia paterna se iban a ese lugar. Allí estudiaban, se recreaban, recibían atención psicológica y de salud, cinco comidas al día y alojamiento.
Pero pasó algo increíble, al menos para su mamá, que no sabía nada de ella: se enteró de que Cindy, su hija, estaba viva y retomó la comunicación con ella.
Desde entonces sus padres la llamaban para darle la bendición en las noches. Decidieron que se quedara allí recibiendo orientación y todo se volvió tranquilidad al tener la convicción de que su hija estaba segura en ese sitio. La tranquilidad, sin embargo, les duraría poco.